martes, 13 de febrero de 2024

Esa noche en Betanzos

No recuerdo mucho de la cena de esa noche de fin de año que empezó en Pontedeume. Solo que vino a cenar a casa de mi tía Ramon.  que  aunque me acompañó varios años de universidad esa noche no recuerdo mucho de él. 

Después de la cena bajamos al pueblo y lo primero que hicimos fue ir a casa de Enrique, pues ya hacía tiempo que se había instaurado un protocolo según el cual los amigos nos reuníamos allí después de las campanadas. 

En casa de Enrique siempre cenaban mil personas. Era una gran familia. Si alguna vez no los pillábamos cantando, como mínimo había bullicio. Y conseguíamos brindar con ellos y arrancarles a Enrique para empezar la noche. Solo nos pedían, eso sí, cantarles la canción de los pastores. 

Y esto de los pastores empezó años antes, cuando coincidió que entramos todos los amigos juntos a la vez y ante tal invasión contrarrestaron preguntándonos a gritos “quienes eran los pastores”. La respuesta a esa pregunta era un villancico que acababan de inventar y si no lo cantábamos no nos llevábamos a Enrique. 

Y desde aquel momento y de año en año cada vez que llegábamos para robarles a nuestro amigo y salir de fiesta teníamos que cantar el villancico de su familia. 

Y así empezó aquella noche, bebiendo un poco de champan y saliendo a repartir saludos por todo Pontedeume. 

Pontedeume en fin de año es una noche mágica, incluso cuando llueve. Pero cuando no llueve, como esta de la que hablamos, todas las personas que han salido están bebiendo y charlando en las calles, entrando a los bares solamente a pedir las consumiciones. 

Algunos años un frio amable de costa justifica por los pelos poner las bufandas y los guantes que nos acaban de regalar a todos y que son completamente innecesarios en un pueblo de mar en Coruña incluso en diciembre, pero favorecen la etiqueta de gala que la noche propone. Porque la gente en fin de año se arregla. Y eso también lo hace diferente. 

Aunque no abundan los esmóquines, como en el caso de Ferrol, si hay americanas y trajes largos en las chicas y el que no se viste de gala se preocupa de salir elegante. Se comienza en la calle real, que es una calle en cuesta en la que el desorden de la gente aumenta a medida que subimos hasta llegar a unas escaleras de anchura decreciente que dan a la iglesia. La verdadera vocación de esas escaleras es la de anfiteatro. 

Porque allí nos sentamos las pandillas a observar cómo transcurren las conversaciones, el desfile de personas elegantes, e incluso alguna pelea de algún paleto. Pues si pelearse puede tener algo de digno en alguna circunstancia, hacerlo en el día de los “felicianos” es una verdadera paletada. 

Y esto de los “felicianos” se dio en aquella fecha de forma masiva, puesto que ese día tienes permiso para felicitarle el año a quien te apetezca, aunque sea completamente desconocido. 

Y en un momento de abstracción me encuentro en el medio de todo el mundo saludando compulsivamente a izquierda y derecha. Hasta que me doy cuenta de que mi compañero no está. Y mientras rebusco entre la gente para recuperar a mi invitado que se ha fundido con la masa, de repente, en un momento de aturdimiento soy consciente de un eco de “felicianos” que no paraba de repetirse como un murmullo animal. Todos se felicitaban a todos y en el caso de los que ya llevaban más de una copa de champan, varias veces entre ellos, solo para reírse. 

Es encantador ver a tus amigas vestidas de traje largo: Lidia, guapísima, Carolina, las Marías. Tal es la responsabilidad de vestirse bien ese día que recuerdo un año que no me dio la gana de vestirme bien y me riñó Cristina por traer un jersey roto. Y en base a lo que he mencionado antes, supongo que Cristina tenía razón. La noche trascurrió como todas las noches de fin de año, como un rayo. 

Hay varias formas de acabar la noche. Una de ellas es irse a comer churros, tal y como acabe con mi carnal un día. Y mientras comíamos churros, nos preguntábamos, cuidándonos de que nos oyera todo el mundo, si alguna vez de un pedo nos había salido la puntita de la caca. Cuestiones estas, muy sugerentes mientras te metes un churro bañado en chocolate negro en la boca. No acierto a adivinar que pensaba la gente que nos rodeaba cuando lo escuchaba. 

Otra de las formas es estar sentados dentro de la cafetería Martiño, completamente reventados después de toda la noche y que el brazo del padre de Enrique aparezca desde detrás posando varios vasos de caldo limpio en la mesa para que nos los bebiésemos. 

Para mí también podía ser habitual acabar la noche marchando a Ferrol en el medio en el que pudiera, puesto que aunque siempre podía quedarme a dormir en Pontedeume, la noche podía ser tan desordenada que al final me perdía de mis amigos y en un momento determinado mis amigos eran la única opción para dormir allí. Así que, a excepción de la vez que David recién sacado el carnet de conducir le apeteció llevarme a casa, si tenía que volver a Ferrol, la noche acababa esperando un bus o haciendo autoestop. 

La cuarta opción era siempre la más divertida. Y está basada en la costumbre de ir a la feria del día 1 de Betanzos. Y todo empieza en la parada del bus de Pontedeume donde un montón de gente vestida con esmóquines, vestidos largos, todos con las corbatas encintadas en la frente, despeinados y portando vasos de plástico, esperan el bus. Y alguna pareja abrazada esperando también para ir a Betanzos. Es enternecedor ver a las parejas de fin de año abrazándose como borrachos a farolas.

Detrás de cada uno de esos abrazos hay una historia de esa noche. Los novios de toda la vida, a menos que vivan en la ciudad de Octavia, no culminan así una noche. Los novios que se han hecho esa noche, sí van a continuar hasta donde sea, pues son muy conscientes de que igual con el sueño se acaba el romance, y no quieren. Solamente disfrutan de que el reloj no marque las horas. Y se aprietan de pie como a una farola. 





 

Y de repente estamos todos en el bus más destartalado del mundo montando un follón de narices incluso, algunas veces con guitarras. Y esta vez el conductor se rinde a nosotros, lo comprende e incluso se ríe. 

La vuelta desde Betanzos es más surrealista si cabe, puesto que los mismos que traían esmoquin a la ida ahora de vuelta se traen en el bus junto con el smoking una caja pequeñita de madera con un cerdo o una gallina dentro. Esta forma de actuar forma parte de un surrealismo adolescente o gallego o atlántico o ibérico o humano, no lo se. Si sé que es la base de mi humor y que estar en medio de semejantes hechos me reconcilia con la sociedad. Me parece genial y esta forma de salirse del guion es lo que me hacía empatizar con el gran Marcos Neira del que empiezo hablar dentro de unas líneas. 

Y así nos vimos mi compañero de piso y yo camino de Betanzos sobre las diez de la mañana. Y cuando el bus nos deja en la plaza central nos quedamos él y yo en medio de ese espacio en blanco sin saber que hacer. Algo así como con la desorientación de dos patitos que acaban de salir de una caja de zapatos y no saben muy bien a donde ir. 

Betanzos es una ciudad maravillosa porque solo tiene dos calles evidentes donde ir los borrachos, cuestión que difumina dudas sobre dónde empezar. Por suerte en la entrada de una de ellas, como bedel de callejuela, con gabardina negra y el resto en negro absoluto nos encontramos al gran Marcos Neira. 

Lo negro de su ropa, contrastando con su tez clara, le daba un aspecto más que de vampiro. La luz neblinosa del amanecer en el ojo de los trasnochadores también ayudó a identificarlo así. Nos reconocimos al instante pues nos teníamos simpatía. 

¿Y quién es Marcos Neira? 

Conocí a Marcos el primer año de universidad en Lugo, en medio de la primera gente con la que deambulé por allí, (dado el despiste general del primer año de universitario deambular es el verbo adecuado). Estudiaba magisterio y era una persona muy atractiva. No sé si por la cadencia con la que hablaba o por una forma de mirar directa, pero sin intimidar. Pero cuando hablabas con él tenías la impresión de hablar con un niño. 

Marcos había participado en el famoso lanzamiento de bombona de butano vacía desde un 7º así como en muchas performances en las que se vestía de diferentes personajes. Lo recuerdo una vez por Lugo vestido con un traje de novia blanco y largo, portando una botella de Fanta en la que estaba escrita en letras grandes la palabra IN. Coincidía con la reciente boda de la hija del Rey. Y no paraba de saludar con la mano tiesa a todo el mundo. 

El día del traje de princesa no tuve tiempo de hablar con ella (o el), pero con respecto a la bombona que tanta cola trajo, cuando le pregunté por qué, me dijo: -la gente estaba lazando cosas desde la terraza y se acabaron las cosas……. 

 Marcos disfrutaba muchísimo de los festivales de música folk. Recuerdo que en uno se lesionó dando un gran salto desde el escenario y posteriormente me explicaba que “el problema del cuerpo humano es la falta de resistencia”. Ese día me enteré que marcos había sido atleta e incluso había ganado algún campeonato de España. 

Era corredor. Hoy en día reflexionando sobre esa frase, queridas hijas, creo y he experimentado que en muchas ocasiones el tesón es más fuerte que el propio cuerpo. Pienso que Marcos se refería a eso. Por desgracia, en mi caso, para cuando te das cuenta ya tienes mil lesiones encima. 

Marcos tenía la serenidad de un rio manso. Recuerdo compartir con Marcos el autobús de Ferrol a Lugo. Debido a que a mí me importaba un pimiento estar tiempo en el bus, nunca cogía el bus directo a Lugo que llevaba una hora. Sino que cogía el primero que aparecía y que casi siempre coincidía con el trayecto de dos horas y media. Por lo tanto, nunca iba con estudiantes, sino que iba con gente que se subía y bajaba en As Pontes, Villalba, Begonte etc. 

Coincidía con esta gente y con Marcos. Con el que me sentaba a hablar de mil cosas. Como la serie documental “Cosmos” que él estaba viendo en la sala de video de la biblioteca de Lugo y yo había visto varios capítulos con mi padrastro, la verdad es que me encantaba. También lo recuerdo contando que su padre iba tan lento cuando conducía que él y su hermano jugaban en el asiento de detrás a adivinar cual era el coche que los iba a adelantar. 

Y de esas cosas hablábamos. Personalmente nunca le puede explicar a nadie porque yo no cogía el bus directo que duraba solo una hora. Sin embargo, un día en el bus le hice esa pregunta a Marcos. 

Me contesto: - Una vez que estas en el bus, qué más da estar una hora o dos horas y media. 

Me di cuenta de que esa era también mi respuesta. Me sentí comprendido y miré para adelante. Y esa ha sido una de las pocas veces en mi vida que me sosegué. 

Volviendo a esa noche, el caso es que allí estábamos los tres. Mi compi de piso Marcos y yo, bebiendo por todo Betanzos hasta el agua de los floreros. 

Marcos no fumaba, pero llevaba una cerveza de litro con algún alcohol más fuerte en un bote que le añadía a pocos a la cerveza. Diré que el alcohol que llevaba, lo llevaba en un bote de alcohol sanitario, con lo cual la escena cuando se lo echaba a la cerveza impresionaba muchísimo. A mayores cuando echaba el supuesto alcohol sanitario ponía una cara con los ojos muy abiertos y una sonrisa más larga que ancha. 

Entre eso y la figura de vampiro, el efecto que hacía en la gente que nos rodeaba era desternillante. 

Así estuvimos hasta que nos dimos cuenta que había que elaborar un plan para volver a Ferrol. Y se me ocurrió lo siguiente. 

Antes de que los lectores me toméis por un majadero tengo que aclarar que, para la gente como yo, el viaje es el propósito y no el fin. Y también os digo que Eneas y Ulises podían haber vuelto directos, pero entonces serían las mismas personas que cuando salieron y la vida amigos, es un progreso interior.

Pues el resolutivo plan consistió en coger un bote auxiliar en el rio Mandeo y descender con el hasta la desembocadura en el Puente del Pedrido. Una vez allí haríamos autoestop hasta Ferrol. 

Para los que no lo sepáis, un auxiliar es un bote minúsculo con el que se accede a otro más grande que por su calado no se puede orillar al murallón del puerto. Y si los auxiliares son minúsculos, este que cogimos prestado era más minúsculo todavía. 

Nos acercamos a él por medio de un pantalán de una sola fila de tablas que retemblaba el andar sobre ella y que bien podíamos haber tomado como premonición, y nos subimos en el bote. Yo en el medio, marcos detrás y mi compañero delante. Y conseguimos remar con unos tablones más o menos hasta la mitad del rio, donde el bote prescindió de seguir flotando. 

Es curioso como engaña el rio, no os imaginaríais la poca profundidad que tiene en el medio del cauce. Cuestión esta que permitió a mi compi de piso salvar de mojarse por encima de las rodillas pues se puso de pie cuando entendió que nos íbamos a pique. 

Ignoro cuales fueron los motivos de Marcos para quedarse sentado mientras nos hundíamos. Los míos para quedarme sentado y que el agua me empapase bien, por supuesto eran una cuestión de coherencia para con el plan y también porque me daba un poco igual. El caso es que aún recuerdo sentir con mi culo el ligero toque del fondo del barco contra el vento del rio. Y pensar: Hasta aquí mi plan. 

Volvimos vadeando el rio hasta la orilla y seguimos de fiesta hasta que mi compi, exhausto y con los zapatos mojados, decidió pagar un taxi a Ferrol. Y así acabó esa noche. 

Hoy diciembre de 2023 no quiero entrar en los motivos por los que Marcos y yo no nos volveremos a ver. Pero me da un poco de pena haberme perdido las etapas siguientes de Marcos. Se que tuvo familia, que tuvo un “No bar”, que tocaba en un grupo y lo más importante de todo, que fue profesor. 

Esa es la parte que más rabia me da no haber conocido. Que grandísimo profesor debió ser. Y seguro que siguió su progreso al igual que yo sigo el mío. Que grande Marcos. Y que grandes son las noches de fin de año, que, por cierto, es dentro de unos días…

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