Texto de La Voz de Galicia del día 12/09/2009
Recuerdo haber
escuchado que lo extraordinario de la música era
su capacidad de emocionarnos sin necesidad de
tener conocimientos del lenguaje musical. Uno
puede escuchar un fragmento de La Bohème o una
canción de Bruce Springsteen y sentirse
fascinado aunque ignore las notas que componen
esas melodías. Yo creo que con la naturaleza
ocurre algo similar. Podemos disfrutar de un
paisaje sin conocer los procesos que lo han
originado u observar la belleza de una planta
sin tener la menor idea de la especie de que se
trata: simplemente nos conmueven.
Conozco
personas a las que les gusta la naturaleza y
disfrutan con ella; sin embargo, les parece
exagerado que para su conservación se tomen
medidas que ellos consideran drásticas. No
entienden, por ejemplo, que la presencia de una
determinada especie o un viejo bosque
condicionen la construcción de un embalse o la
instalación de un parque eólico, lo consideran
un exceso de científicos y ecologistas. Yo les
digo que, de la misma manera que ocurre con la
música, la pérdida de las especies es igual que
la ausencia de unas notas en una melodía, pero
la explicación les resulta poco convincente a la
vez que cursi. Para tratar de persuadirlos he
utilizado como argumento su importancia en
muchos sectores económicos (alimentación,
medicina, etcétera), les he insistido en el
valor de los servicios que prestan los
ecosistemas, estimados en tres veces el PIB
conjunto de todos los países del mundo, y hasta
he tratado de que entiendan el incalculable
beneficio de su disfrute. No hay manera.
Deberíamos
analizar por qué se acusa a los defensores de la
conservación de no atender a razones cuando la
verdadera intransigencia se oculta en quienes la
cuestionan. No importan los argumentos
científicos, económicos o éticos que se puedan
esgrimir, cualquier propuesta razonada de los
conservacionistas es inmediatamente manipulada y
atacada como no ocurre en ningún otro ámbito del
debate público. Tenemos dos buenos ejemplos en
lo que está ocurriendo en el río Sil o en la
serra do Oribio, en donde frente a argumentos
incontestables de sectores conservacionistas se
han esgrimido justificaciones que suponen
aportaciones novedosas a las ciencias
ambientales. Así hemos aprendido que secar los
ríos no tiene ninguna consecuencia para los
peces, o que el impacto ambiental de los
molinillos en uno de nuestros bosques más
emblemáticos desaparece pintándolos con motivos
xacobeos . A ver quién se lo explica a
mis alumnos.
Hace unas
semanas escuché en un bar una información sobre
la práctica extinción de la anchoa causada por
la sobrepesca en aguas del Cantábrico. Un pulcro
caballero que estaba a mi lado exclamó: «Me da
igual, a mí no me gustan». Por suerte, la
naturaleza es generosa y unos y otros podemos
disfrutar de su lenguaje, incluso aquellos a los
que solo les preocupa que las especies
desaparezcan de su menú. La cuestión es ¿hasta
cuándo?
por javier guitian
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